miércoles, 21 de septiembre de 2011

Aldo

Lo conocí hace 6 años más o menos.
En esa época laburaba en la calle, cadeteando para una empresa de computación y un mediodía como casi todos paré a almorzar en un plaza.
Compré fiambre y pan y me senté frente a la iglesia de Belgrano.
Se sentó a mi lado con un tetra de vino, sus pantalones harapientos y toda esa maraña de pelos y barba que formaban su cara.
De reojo vio que estaba leyendo “No habrá mas penas ni olvidos” de Soriano y me dijo ” Tenés que leer La hora sin sombra, es el último que escribió”
Ahí comenzamos a charlar de literatura, le convidé un sanguche y pasamos la hora casi sin parar de hablar.
Me contó que vivía en la plaza hacia 2 años, después de que la mujer lo echase de la casa que compartía junto a sus dos hijos por alcohólico.
En el momento que me hablaba, sentí sus palabras cargadas de melancolía y añoranza, y no pude cortarle ese arranque de confesión para decirle que tenía que irme, porque debía seguir trabajando, me pareció una falta de consideración a su confianza, esa que depositó en un total desconocido. Llamé al trabajo, acuse una descompostura y volví a la plaza a charlar con Aldo.
Nos quedamos hasta las 8 de la noche hablando, jugando al ajedrez (me ganó todos los partidos) y tomando vino.
Me acusó 52 años, que era ingeniero atómico, que había trabajado en varios proyectos gubernamentales y hasta me mostró su diploma que tenía guardado entre cartones y latas. Pero claro, el alcohol que había colmado la paciencia de su esposa primero, le había hecho perder el trabajo más tarde. Y así como un tobogán, en pocos meses terminó viviendo en un sofá en la plaza.
A pesar de su situación, no se lo veía deprimido, más allá de extrañar a su familia, que nunca lo volvió a ver. Le gustaba charlar con la gente, los vecinos siempre le llevaban comida y era muy querido en el barrio.
Empecé a visitarlo cada tanto, cada vez que iba para Belgrano por el trabajo . Me gustaba charlar con él y sobretodo escucharlo. Había mucha sabiduría en sus palabras y una claridad conceptual que me tenía atrapado. Un tipo muy culto, te hablaba de literatura, política, fútbol ( de su querido San Lorenzo, igual que Soriano) y obviamente de ciencia.
Me aconsejó muchas veces sobre situaciones difíciles y en momentos en que no pude hablar con nadie.
Recuerdo un día en que lo invite a comer a una parrilla y no quiso ir porque no tenia ropa adecuada para entrar a un negocio, que le daba vergüenza. Al otro día llegué con una parrilla portátil y nos hicimos manso asado en el medio de la plaza entra las mirada incrédulas de la viejas conchetas que miraban de lejos horrorizadas y la complicidad de los placeros. Cada vez que una se quedaba mirando, Aldo levantaba el tetra y brindaba por ellas.”Salud señora! Venga
que tenemos un chori para usted”
Con el paso del tiempo, traté de a poco y sin cuestionarlo, que intentara salir de la plaza, por lo menos a un hogar para gente en situación de calle donde pudiese estar mejor. Los inviernos eran cada vez más crudos y los muertos por el frío eran cada vez más. Sin embargo, con su paz inmutable, siempre me agradecía pero decía que la institucionalización de su situación iba ser aún más degradante porque perdería lo único que tenía: la libertad. Toda la libertad que tenía estando en la plaza y que además esos vigilantes no le iban a dejar tomar vino.
Así siguió, en la plaza, leyendo, jugando al ajedrez, tomando sol y esperando que algún día sus hijos fueran a verlo.
Empecé a verlo menos ya que había dejado el laburo de cadete y solo nos encontrábamos cuando iba para Belgrano, que era cada vez menos.
La última vez que lo vi, fue antes de irme de viaje. Hacía como tres meses que no lo veía y fui a contarle que me iba a recorrer latinoamérica, y que él había sido muy importante para que pudiese tomar esa elección. El siempre me alentó para que me largara con la travesía y que no podía desaprovechar esa oportunidad.
Le lleve una caja de Valderrobles. Descorchamos uno y nos quedamos charlando unas horas. Le pude ganar por primera vez al ajedrez, aunque hoy sospecho que me dejó ganar, hasta creo que para sentirse mejor él mismo.
Nos despedimos después de dos botellas de vino, me dijo que estaba a punto para dormir plácidamente, nos dimos un abrazo y prometí volver para cuando regrese del viaje.

Esta mañana, aprovechando que la tenía libre fui a verlo. Le traje un libro de historia indígena que compre en Perú y además tenía ganas de charlar con él, tenía muchas cosas que contarle.
Cuando me baje del 80, ya vi desde lejos que no estaba el sofá. Llegué debajo del árbol donde tenía su “rancho” y encontré un tablero de ajedrez tallado en madera con su nombre.
Fui a preguntarle a uno de los placeros que se encargan del mantenimiento de la plaza donde estaba y me contó que la última ola polar se lo había llevado puesto. Que lo encontraron a las 10 de la mañana y que nada se pudo hacer. El velorio fue pagado por una colecta que hicieron los vecinos y al entierro no fue ningún familiar.
Me quedé sentado un rato pensando, lagrimeando y recordandolo.
Me acordé del día que nos conocimos, y de como empezamos a charlar. Mucho tiempo después leí "La hora sin sombra" y la trama del libro transcurre mientras un escritor viaja por el interior buscando a su padre que había fugado de un hospital luego de que le dignosticaran una enfermedad terminal. El libro va y viene entre la búsqueda y los recuerdos que él tiene de su padre y su infancia.
Y lo loco es que recién hoy entendí que ese libro le había dado una esperanza a Aldo de volver a ver a sus hijos. Y que por eso siempre me decía que lo tenía que leer, que era lo mejor que había escrito Soriano. Recién hoy me dí cuenta.


Aldo, esta noche, el vino y el brindis es por vos, amigo.

1 comentario:

  1. Muy linda y emotiva historia, Flake. Qué bueno que haya contado con tan entrañable amistad.

    ResponderEliminar